El Maestro Joaquín contaba siempre una parábola
al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la
misma...
- Maestro
– lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos
explicas su significado...
- Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro –
Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
- Gracias
maestro.- respondió halagado el discípulo
- Quisiera,
para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
- Sí.
Muchas gracias – dijo el discípulo.
- ¿ Te
gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para
que te sea más cómodo?...
- Me
encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro...
- No es un
abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte...
- Permíteme
que te lo mastique antes de dártelo...
- No
maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro
hizo una pausa y dijo:
- Si yo les explicara el sentido de
cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada